Las personas tenemos derecho a la libre determinación de nuestra personalidad, siempre que respetemos la de los demás: no soy libre de convertirme en asesino. La identidad, cómo me percibo y me perciben los demás, juega un papel importante en dicha libertad. La forma en que me nombro y me nombran, también. Pocas cosas son más sencillas que llamar a los demás como piden que los nombres. Acudir a las reglas ortográficas o listas de nombres para “corregir” la manera en la que alguien pide ser nombrado es irrespetuoso y simplón. Siempre me he preguntado cómo será la brújula moral de las personas que anteponen las reglas del lenguaje al respeto a otras personas. ¿Por qué las reglas de escritura y habla habrían de ser más importantes que la libertad de escoger personalidad e identidad? Es meritorio lo testarudos que pueden ser los españoles y argentinos a la hora de escribir con jota el nombre de México y el gentilicio “mexicanos”. Seguro que las reglas lo permiten, qué duda cabe que así se escribió en algún momento pretérito, pero hoy quienes somos mexicanos nos identificamos con la equis. Así, no es asunto de corrección, es asunto de respeto. Es bien posible escribir conforme a las normas y ser un irrespetuoso. Lo mismo sucede con los nombres propios. La cantidad de veces que he escuchado a una persona decirle a otra que su nombre no se escribe de tal o cual manera: «Ximena se escribe con jota». Otra vez la misma historia, el mismo pleito vacío, de matón de quinta.
]]>