Mientras mecía en sus brazos a su hijo Naím, recién llegado a la vida, Hiram escuchó muy cerca de casa unos balazos, y aquel sonido seco sonó como un recordatorio de muerte y lo remitió a un pasado irresoluble. “Recordé la primera vez que yo escuché balazos, que fue cuando tenía ocho años, y con eso empieza la novela”.
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